20120215

MI NAVIDAD EN HOLANDA



Por: Silvia Titus

Todos los años es igual:  Mi novio y yo tenemos que viajar desde Amsterdam una hora (a veces hora y media, dependiendo del tráfico) al pueblo de Driebergen en el centro de Holanda.  Driebergen literalmente significa:  tres montañas.  Pero ni siquiera una montaña hay para ver ya que este país es plano. 

En el camino se divisan bastos campos llenos de vacas, ovejas y más de algún caballo.  Pasamos algunos pueblos e industrias.  Pero siempre la vista es de un territorio plano.  Desde ese momento empieza mi nostalgia:  Me hacen falta las montañas y los volcanes de Guatemala.  Esos sublimes volcanes que uno ve desde cualquier sitio que se encuentre ya que contamos con treinta y tres de ellos.
Llegamos al pueblo Driebergen donde hay una sola avenida en la que se encuentra el supermercado, la florería, dos restaurantes, un bar, la óptica, la municipalidad, la librería y el correo.  Todo en un diámetro de tres calles pero en la misma avenida.  Pareciera que una mano invisible los amontonó ahí para acomodarlos después alrededor del pueblo pero se le olvidó hacerlo.

Paramos en el primer semáforo que vemos en una hora.  No viene ningún carro por la calle opuesta; nada nuevo. Como siempre le comento a mi novio que ese semáforo está demás.

Luego doblamos por las calles: izquierda, derecha, izquierda, derecha como que estuvieramos jugando a las escondidas.  Y todo el panorama en ese zigzagueo se ve igual: las mismas casas, con el mismo frente y los mismos jardines delanteros. Lo único que varia es la posición de los árboles y arbustos.  No hay flores ya que es invierno.  Estamos a cero grados y hace un frío glacial.  

Y después de todo este viaje llegamos a nuestro destino:  La casa de mis suegros. El ritual de la llegada es reconocido:  Los suegros saludándonos desde el ventanal de la sala.  Mi novio y yo sacando nuestras maletas y las hacemos rodar pasando por el jardín delantero hasta la puerta.  Los suegros nos abren la puerta al mismo instante que nos paramos enfrente de ella y nos damos los respectivos saludos:  “Dag Silvia, hoe is het met jou?  Goed dat je er bent!” (Hola Silvia, ¿cómo estás?  ¡Que bueno que estás aquí!).  Después de darnos tres besos en las mejillas y un abrazo, procedemos a dejar los abrigos (bufanda, gorra y guantes incluídos) en el armario y las maletas en la habitación.

Al acomodarnos en la sala, nos toca el correspondiente café o té con galleticas o bocadillos (hechos por la suegra).   Y tenemos una conversación muy formal en Holandés de como nos va en nuestras labores, que planes para el futuro en nuestra empresa, como ha estado la política en Holanda, que tal están mis padres y mi hermano, etc.  A veces se dejan venir las temidas preguntas:  “ ¿ Y cómo celebran la Navidad en Guatemala?” o “ ¿Qué es lo que comen en Guatemala?” y explicarlo en Holandés es complicado.  A veces para evitar la fatiga solo contesto:  “Igual que aquí”.

Luego va llegando mi cuñado, al rato mi cuñada que está casada con un Italiano y tienen un niño.  Mi tinta de alegría es mi concuño Italiano y el sobrino quienes entretienen la muy estirada-para-mi-gusto tarde y además me da chance de poder hablar en Inglés ya que él no habla Holandés.

Se llega el anochecer, se cierran las cortinas, se encienden las velas y se empiezan a repartir regalos.  A todo esto solo nuestras voces se escuchan.  No hay música.  Si insistimos entonces nos ponen música instrumental.  Este año mi cuñado llevó su piano y probó hacernos cantar canciones de Navidad. Después de las primeras dos desentonadas canciones optamos por ignorarlo. 

La abierta de regalos también es toda una ceremonia.  Mi suegra enciende las velas que están colocadas en el árbol  de Navidad que por la economía se está haciendo cada año más pequeño (Para que se hagan una idea el primer año era un árbol de dos metros diez y este año de solo un metro).  Este año mi suegra no pudo encender las velas porque mi sobrino tiene apenas un año y anda tocándolo todo.   Prosigue escogiendo y repartiendo el primer regalo, la persona que lo recibe lo abre, lo comenta, lo revisa y luego esa persona se para y recoge un regalo que lo reparte a la siguiente persona que hace la misma dinámica que el primero.  Solo imaginense que cada persona tiene un promedio de cinco regalos así que tenemos que cortar a veces la repartida porque nos aburrimos de lo larga que se hace. 

Algo que nunca ha fallado en todas las Navidades que he compartido en la casa de mis suegros es que los suegros siempre regalan libros.  También se regalan libros entre sí.  Mi novio y yo a veces bromeamos:  “Otro libro que se va al librero sin abrirlo nunca”.  Por supuesto, nunca hacemos bromas así enfrente de ellos.  Un año yo le fui honesta a la suegra y le dije que a mi novio no le gusta leer y que era inútil que le regalara libros ya que yo no puedo leer en Holandés y se desperdician.  Ella estuvo de acuerdo conmigo y al siguiente año le volvió a regalar un libro a mi novio.  Ya no le volví a tocar el tema.   ¿Y adivinen que le regalaron mis suegros a mi sobrino de un año?  Si, un libro.  Uno para niños eso sí, pero al final fue un libro.  Recuerdo que una vez mi suegra – de muy buena intención- me regaló un libro de cuentos para niños en Holandés.  Me dijo que era para que yo mejorara el idioma.  Nunca lo abrí y ni sé donde está. 

Y luego viene la cena.  He de decir que nunca en mi vida he cenado tan formalmente.  La mesa está impecable con mantel de lujo, cubertería fina, la mejor vajilla y las copas de cristal.  Es como si atendieramos a un banquete para el Presidente:  Hay varios cuchillos, tenedores,cubiertos para el postre, un plato grande, una servilleta con una flor como adorno.  La copa es de acabo fino en la cual se sirve vino blanco.  Cuando  llega el plato fuerte se cambia de copa y se sirve vino tinto.  Un vaso para el agua.  Se ven en lugares estratégicos la sal y la pimienta.  Hay velas de color rojo que le da un toque especial a la mesa.  Antes de sentarnos tenemos que esperar a que los suegros nos digan donde nos podemos sentar.
Y luego empieza a pasar los platos que a veces podemos tener entre cuatro y cinco tiempos:  La entrada principal, la sopa, el entremés, el plato fuerte y el postre.  Todos los platos son servidos como si uno estuviera en el mejor restaurante:  Adornados, con un pincelazo de salsa por acá, un poco de puré por allá, un pedazo bien montado de carne, las verduras bien seleccionadas.  La comida es muy buena. Recuerdo que en la Navidad del 2006 mi hermano vino desde Estados Unidos a pasarla conmigo y al ver tanto cubierto me confesó al oído:  “Yo no sé que cubierto usar para qué”.  Así que le dí la clave que yo uso:  Espero a ver que cubierto agarran los suegros para poder agarrar el mismo.

La cena empieza como a las siete de la noche y termina hasta como a la una o dos de la mañana.  Lo bueno es que con el vino la conversación se hace menos formal y se pueden hacer bromas, aunque mi cuñado siempre insiste en el tema de la política.  Ya cuando nos soltamos un poco mi concuño Italiano y yo no paramos de hablar.  A veces mis suegros o cuñados se desesperan de que hablamos mucho, pero nosotros seguimos y les decimos que es algo “muy Latino”.  Después de todo esto, se acaba mi Navidad.  Me voy a acostar. 

A las pocas horas, usualmente después de seis o siete horas, mis suegros tocan la puerta de la habitación y nos dicen que hay que desayunar.  Y empieza el siguiente ritual de esperar a que se bañen uno a uno (solo hay un cuarto de baño en la casa) y al estar listos, ir al comedor a desayunar todos juntos.  Siempre es la misma conversación: “¿Dónde compraron este pan?  ¡Me gusta mucho!”  “ ¿Y la mermelada?  Echa por la suegra ¡Que deliciosa!”.

Mi concuño Italiano y yo estamos muy callados y todos nos preguntan que ¿por qué?  Y nosotros con ganas de gritarles: “!Pues porque no nos dejaron dormir lo suficiente!”.  Pero no lo hacemos.  Solo decimos que nos encontramos medio dormidos todavía.

En todo el día y noche yo estoy soñando con estar en Guatemala: En la casa de mi abuela, con el radio a todo volumen, llena de primos, tíos, sobrinos, nietos, vecinos, todos bailando, hablando gritado, salir a quemar la caja llena de cohetes y demás juegos pirotécnicos que compramos.  Mi abuela viéndonos quemarlos desde el portón de la casa con los dedos tapándose los oídos gritando:  “!No se vayan a quemar!  Hay patojos (muchachos) ya van a ver!”  y nosotros gritándole de regreso: “!Pero bien que le gusta vernos va’!” o “!Cuidado abuela que ahí va una bomba!” todos corriendo despavoridos y ¡PUM! La bomba estallando.

Luego a las 12 los respectivos abrazos, la quemadera de cohetes, gritando, yendo de casa en casa a darles el abrazo a casi todo el vecindario.  Después a la casa a repartir los regalos, como sea, todos juntos, a abrirlos como animales rompiendo el papel, diciendo: “!Ay esto quería que me regalaran! ¡Gracias papá y mamá!” y luego la cena de mi abuela que como cocina como ninguna todo el mundo está esperando.  Todo lo tiene en buffet y todos amontonados con los vasos y platos tratando de agarrar de acá y allá de las ollas y los platos servidos.  La abuela gritando: “!Esperense patojos que les sirva!" y nosotros sin hacer caso metiéndonos por todos los costados queriendo alcanzar la mesa y cuando ya el plato esta rebalsando entonces nos vamos a sentar donde sea, en el comedor, en el sofá, frente al televisor, ¡hasta en el suelo!.

Y luego a dejar a la abuela y los adultos a que limpien y los patojos a buscar donde están las fiestas de la colonia para ir a bailar con los demás patojos.  

Al siguiente día la primera persona se despierta como a las 12:00 Hrs. solo para quemar los cohetes de medio día o por los cohetes que queman los vecinos a medio día.  Luego conforme van despertándose todos van en pijama a la cocina a abrir el refrigerador y comer las sobras de la noche anterior.  Y empezamos a hablar y gritar alrededor de la cocina mientras la abuela nos grita: "¡Calienten la comida, no se la coman fría!" o "¡Sírvanse en un plato, no coman directamente de la olla!".

Después de mi Navidad en Holanda siempre me quedo con la nostalgia de esas Navidades muy de mi tierra.  La nostalgia me dura por varios días. 

Lamentablemente por los compromisos laborales tanto de mi novio como míos, no podemos ir a Guatemala en diciembre a pasar allá las Navidades.  Así que solo me queda la nostalgia, los recuerdos y aceptar lo que tengo porque a la larga, no es tan malo.  Estar en un país tan lejos de la familia me hace pensar que esta es mi nueva familia y tengo que aceptar y seguir las tradiciones de ellos.

Pero cuando tenga hijos...otro gallo cantará. CAVILACIONES. CíRCULO D.M.